¡Buenos días!
Mi nombre es Cartón
y me gustaría
pertenecerle como al reloj
le pertenece el tiempo.
- ¿Cuál es el motivo?
Es lo que siento.
- ¿Qué hay de su
libertad?
Ella no le pertenece a usted
sino a mi corazón,
que ya está alquilado,
discúlpeme.
- ¿Qué hay de su entidad?
Ella no le pertenece a usted
sino a mi corazón,
que ya está alquilado,
discúlpeme.
- ¿Le queda algo valioso
dentro?
Le daré lo que tengo.
- No estoy interesado,
no quiero faltarle al
respeto
pero usted es el ser
más pobre
de este mundo tierno.
- Usted no está solo,
usted no es nada.
Todavía soy una mentira.
- Aquí no aceptamos
mentirosos.
Adiós, señor Cartón.
Adiós, señora Soledad.
Y así ocurrió
en un otoño amarillo
en el que el señor
Cartón,
con carácter
definitivo,
dejó de estar solo.
Sin embargo,
Soledad se equivocó;
Cartón era algo.
Era una forma
grotesca y áspera
de lo que algunos
llamamos amor.